Caprichos
Oscurece en Huelva: palmas tiznadas
y el murciélago rápido,
blanco plateado del silbar del tren.
Las calles se han llenado de gente.
Y la señora apresurada en el tumulto cuidadosamente pesa
la última luz del día en la balanza de sus ojos.
Las ventanas de la oficina, abiertas. Aún se oye
cómo piafa el caballo allí dentro.
El viejo caballo con sellos en los cascos.
Las calles no se vacían hasta después de medianoche.
Por fin hay azul en todas las oficinas.
Arriba en el espacio:
trotando silencioso, centelleante y negro,
no visto y libre,
cuyo jinete ha sido arrojado:
una nueva constelación que yo llamo “El Caballo”.
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